jueves, 6 de junio de 2013

LLEGÓ EL MOMENTO

Yo salía de cuentas algo así como el 21 de marzo, y digo algo así porque las fechas nunca son exactas, y ya durante el embarazo, según quién te haga las revisiones, comienza a contar desde un día de la semana distinto.
El día del padre lo pasamos en familia y yo me encontraba bien, pero "rara". Cuando llegamos a casa, a una determinada hora, mi pareja se acostó y yo lo hice más tarde. Ya en la cama, comencé a sentir una fuerte presión que nunca antes había experimentado y que me hacía exclamar: "Ay, ay" (jeje). Creo que había identificado la expulsión del tapón mucoso unos días antes, pero no estaba yo en ese momento para contabilizar el tiempo concreto que había pasado.
Al tercer quejido, mi pareja se levantó y nos fuimos al hospital.
Ya en el box, una matrona encantadora, me preguntó por mi idea de parto, y yo le contesté que iba a aguantar sin epidural lo que pudiera.
Fueron once horas en el hospital que recuerdo como en el cielo, con un equipo médico excepcional, que nos mimaron a los tres como si fueran nuestr@s mejores amig@s o, incluso, familiares. A cada rato nos preguntaban si queríamos tomar algo (aún me emociono al recordarlo). Fue la noche más especial de toda mi vida. Jamás olvidaré cómo sentía a Lucía dentro de mi reptando hacia el canal del parto; ya desde ese momento su capacidad de supervivencia fue extraordinaria. ¡Una campeona!
A los cinco centímetros de dilatación, solicité la epidural porque no aguantaba más el dolor y, cuando me la pusieron, inmediatamente la intensidad de las contracciones (reflejadas en la pantalla de una aparatito), triplicaron su intensidad. Quizás no fue lo mejor para Lucía, pero también era necesario que me ocupara de mi. Cuando la pedí, un enfermero apoyó sus manos en mis hombros, diciéndome: "Tranquila, avísame cuando tengas una contracción para tenerlo en cuenta y no pinchar". Él, la matrona y la cirujana fueron muy respetuosos conmigo y estuvieron en todo momento a mi lado.
Ya avanzado el mediodía, la ginecóloga dijo: "Ya está". Había dilatado los diez centímetros reglamentarios y me llevaron a paritorio. Me mostraron la cima de la cabeza de Lucía, a punto de salir. Fue muy emocionante. 
Tan sólo hicieron falta tres pujos para que mi vida cambiara por completo: tener a mi hija sobre mi me produjo una emoción indescriptible. Ya nada era igual. Mis prioridades dieron la vuelta al instante. 
Nada más salir, dijo "Ay", y me cogió un dedo.

Considero que la maternidad es muy injusta porque te hace vivir instantes maravillosos que pasan, y tan sólo quedan en tu recuerdo, en tu corazón, en tu alma, pero que no volverás a experimentar más.

1 comentario:

  1. Que hermoso, Susana!!! Un parto maravilloso y un recuerdo que durará siempre. Y qué graciosa Lucía con lo del ay!...Siempre me había gustado como lo dice pero desde hoy tiene más significado.

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