domingo, 23 de junio de 2013

MALDITAS HORMONAS

Hoy voy a dedicar este post a un tema espinoso del que, a menudo, no se habla y, si se hace, es desde el resentimiento.

Cuando un bebe llega, y más aún si los padres, como es nuestro caso, son primerizos, se ha de producir un necesario reajuste de todo el sistema familiar, por el que cada uno de sus miembros adquiere un nuevo rol, y este hecho requiere un período de adaptacion a la nueva situacion.
Me preguntaréis que papel juegan las hormonas en esta cuestión, y lo cierto es que su actuación es fundamental: la supervivencia y protección del retoño, como una madre animal movida por su instinto hace con sus crías.
El problema es que esta protección se lleva a cabo de una forma indiscriminada, sin hacer distinciones, y su intensidad es directamente proporcional a la cercanía y/o parentesco de, sobre todo, aquellas mujeres del entorno. Es decir que, de repente, la suegra y la cuñada, seguidas por la propia madre, se convierten en las principales rivales por la crianza y el amor de mi hija.
Si bien es cierto que las abuelas, en ocasiones, quieren acaparar funciones que no les corresponden, las hormonas amplifican y distorsionan cada situación, aunque también, al menos en mi caso, me han ayudado a adquirir seguridad como madre y a poner límites cuando he podido sentirme invadida, aunque para ello haya propinado alguna que otra contestación inadecuada.

Siempre tuvimos claro que en la educación y crianza de Lucía intervendríamos únicamente sus padres, pues lo que los nuestros podían aportar eran ideas trasnochadas.

El primer hecho que me hirió fue la invisibilidad que adquirí para nuestras familias cuando Lucía nació. Ya no importaba cómo me pudiera sentir o si había descansado o no había sido posible; lo importante era ver a la niña y nada más. De modo que, estos atrevimientos, que yo intentaba controlar, terminaban en discusiones de pareja.
Llegué a sentir que la maternidad era algo negativo, de lo que nadie te advertía con anterioridad; no conseguía verle el lado positivo a las noches sin dormir, la constante preocupación, las dificultades de la lactancia, la deformación de mi propio cuerpo y una familia que opinaba y se entrometía en cada una de nuestras actuaciones y decisiones. Así era cómo yo lo vivía.

La inseguridad que sentía se acrecentaba cuando mi hija se iba y sonreía a cualquiera, no mostrando (al menos, así lo sentía yo) una preferencia especial por mi, su madre, como era lo normal.
Cuando el malestar se acrecentaba, yo pensaba que las hormonas se estabilizarían en algun momento y volvería a ser yo. Tan sólo habría bastado que, especialmente, mi madre o mi suegra, hubiesen reconocido en mi algún valor como madre.
Ahora, cuando otra mamá me habla de su suegra, sólo puedo decirle:
-Nuestr@s hij@s no son de nuestra propiedad (ya lo dijo Jibran) aunque, como madres y padres, tenemos derecho a decidir sobre ell@s, ya que son nuestra responsabilidad.

-Nuestra familia política no es de nuestra sangre, pero si nuestr@s hij@s. L@s abuel@s tiene derechos sobre sus nietos, especialmente en lo que afecto se refiere.

-Es importante recuperar nuestra vida en todos sus ámbitos (ya hablaré más adelante sobre ésto) y en el mayor porcentaje posible, recordando que, por encima de madres, somos mujeres y personas.

-Al igual que para mi es importante mi familia, también lo es para mi pareja la suya.

-La rivalidad está dentro de mi, no fuera. Las mujeres de mi entorno únicamente son un espejo en el que se refleja este conflicto interior.

-Por muchos regalos que le compren a mi hija, una madre es insustituible.

Con este post, además de expresar lo que he experimentado durante este tiempo, desde que Lucía nació, quiero reivindicar que todo tiene un proceso, que es importante respetar y que, por supuesto, no se puede privar a un@ niñ@ del cariño que su familia le profesa.
Como todo, es una etapa nueva de nuestra vida que nos ayuda a evolucionar, por lo que hay que vivirlo con paciencia y con humor. Y hoy puedo decir que nuestras familias son estupendas y valiosas, porque siempre están cuando las necesitamos y nos quieren incondicionalmente.



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